jueves, 25 de julio de 2013

Drama en los cielos de la ciudad

por Peter Mothe, docente de La Lucena E.L.C.

Durante gran parte de mi vida he vivido en zonas urbanas o en el centro de algunas de las ciudades mas grandes del mundo. Durante todo ese tiempo mi contacto con la naturaleza fue mínimo, y mi conocimiento sobre flora y fauna se limitaba exclusivamente a lo que podía llegar a aprender de los documentales de Animal Planet o de Discovery Channel. Agarrar la mochila y salir a viajar por el país y por el mundo me ayudó a ver cuanto me quedaba por descubrir, y por eso hace casi un año decidí mudarme a las Sierras Chicas de Córdoba, sabiendo que aquí viviría una nueva experiencia de vida y podría aprender un poco mas sobre el mundo natural.

Al llegar a Córdoba, lo primero que noté fue la abundancia de vida natural en las Sierras, especialmente la cantidad y variedad árboles y plantas nativas, y las aves que poblaban sus copas y volaban por sus cielos azules. Durante caminatas por el monte, tomando mate afuera de casa, o en clase con chicos, veía tanta vida a mi alrededor, que creí que había confirmado un viejo presentimiento: las ciudades son desiertos grises, sin respeto por la vida natural. Solo en el campo se puede ver vida silvestre en acción.



Si uno presta atención a los cielos de Buenos Aires, 
puede ver Chimangos (arriba) y Caranchos, en
 plena caza. (Fotos de Wikipedia)

Pero, como casi siempre, estaba equivocado.

La gran revelación de mi error lo vi este ultimo mes, cuando fui a Buenos Aires a visitar a mi familia. Estaba manejando por Avenida Santa Fe y Paraná, en plena zona urbana de Vicente Lopez, cuando parado frente a una luz roja vi un alboroto de cotorras y palomas. Cientos de pájaros volaban de una lado al otro por encima del alocado transito de la avenida. No es inusual ver estas especies en Buenos Aires, pero me sorprendió ver como tantos ejemplares se movían tan caóticamente, y la cantidad de ruido que estaban haciendo. Supuse entonces, que algo estaba pasando.

La luz se había puesto verde, y el alboroto de los pájaros se transformó en uno de bocinazos e insultos dirigidos hacia mi persona. Me apresuré hacia una banquina, estacioné como pude y salí del auto a ver que le estaba pasando a los pájaros. Ahí fue que vi que el drama entre cazador y cazado no solo se da un los boliches y en los bares de la ciudad, sino que también se da en sus cielos. En medio del lio de palomas y cotorras, tres chimangos grandes volaban amenazantes, buscando cazar algo para cenar. Me quedé atónito mirando el espectáculo por un par minutos, en los cuales los chimangos buscaron y buscaron agarrar algo, pero terminaron con las garras (y sus panzas) vacías. Yo en cambio, me quede maravillado y satisfecho por el regalo inesperado que me había dado la naturaleza.

Buenos Aires esta llena de una fantastica variedad
de árboles. Los ombues y los palos borrachos son 
solo dos de las tantas variedades que se pueden 
encontrar en la ciudad cuando uno esta atento.
Y ahí no terminaron mis avistajes. Un par de dias después, y tras un largo día de tramites por la ciudad, me tiré a descansar cerca de Retiro, en la hermosa Plaza San Martin, entre sus majestuosos ombues y sus gigantescos palo borrachos. Allí pude avistar otra ave rapaz haciendo sus rondas por los cielos citadinos: un carancho. Ese avistaje me sorprendió hasta mas, porque realmente estaba en plena Ciudad de Buenos Aires, a escasas cuadras del microcentro. Entre tanto verde, con tanto pajaros dando vueltas (la plaza estaba llena de calandrias, gorriones, y benteveos), pensé que estaba otra vez en mis queridas Sierras, hasta que el bocinazo de un colectivo de la linea 129 me hizo volver a la realidad.

¿Pero, que onda?- me pregunté- ¿Buenos Aires se había llenado de repente de verde, cientos de árboles habian sido plantados, miles de aves habían invadido la ciudad?

La respuesta es no. La ciudad no cambio tanto desde la ultima vez que la visitaba. El que se habia transformado era yo, y mi propia relación con la naturaleza. Con otros ojos, con otros oídos, con otro sentido del olfato, con otra conexión con la naturaleza, un nuevo mundo natural se abrió ante mi, y allí entre los rascacielos y las plazas de Buenos Aires, la naturaleza tenia algo para decirme.

El que mejor codificó ese mensaje fue el escritor norteamericano Ralph Waldo Emerson, y su frase es una que siempre usamos con los chicos que nos visitan en La Lucena:

"El universo esta lleno de cosas magicas que aguardan pacientemente a que agudizemos nuestros sentidos."

La invitación es para todos. En la ciudad o en el campo, entrenen sus habilidades natas de naturalistas. Escuchen, sientan, huelan, vean. Si están atentos, van a ver que la naturaleza siempre tiene un regalo increíble para hacerles.